Hace calor y en la radiosuena “Country girl” de Primal Scream, quizá la canción más vendedora de Riot city blues, de 2006. No es una canción que sabe estar en la programación de alguna radio local. Es una que escucho por internet. No me imagino al grupo de Bobby Gillespie sonando en una radio de la ciudad con otra cosa que no fuese el remix de “Some velvet morning” que, para los cánones de picadora de carne industrial, es viejo. Después del cuarto o quinto amague de empezar a escribir, escribo, y pienso en que cada vez hay menos crónicas sobre los (mejores) discos del año, y que cada vez hay más gráficos ilustrativos, infografías y textos sobre cada uno en particular, que nos ayudan a decidir, con sus características de grabación, fragmentos de las letras, invitados, productores, datos duros, puntos altos, puntos bajos. No sé si tendrá que ver con la urgencia por escribir y las pocas ganas de encadenarlos en un texto; o será que por fin los críticos se aburrieron y dejaron de hablar en términos de “lo más mejor” y “lo menos mejor” en una suerte de monólogo interminable.
Personalmente, jamás me pareció una buena idea el hecho de rankear cosas, más allá que a la hora de hablar prerrogativamante de “los discos del año” uno mete y saca cosas en un lado y en otro. En este caso son discos que, como toda manifestación artística, merecen mínimamente escapar por un rato de la dentadura puntiaguda de la sociedad de consumo, y por supuesto de cualquier podio caprichoso que los glorifica o lo contrario.
2012 se parece al año pasado en que la excusa siempre es (y seguirá) siendo la misma: no se puede escuchar absolutamente todo. En este punto envidio la tranquilidad moral con la que algunos van y vienen por los discos saltándolos como piedras o nenúfares sobre un charco. Si bien es cierto que algunos son más accesibles que otros (están eso discos difíciles, siempre), a mí me cuesta un poco más decidirme. No siempre logro una opinión medianamente convincente luego de la tercera o cuarta oída.
En fin: ¿qué nos dejó 2012? Muy buenos discos y canciones, de diferentes géneros. Si no sos de los que empiezan el año esperando que llegue algo que le cambie la vida para siempre, y no revolvés las bateas esperando encontrarte de nuevo con otro Nevermind, otro OK computer, otro The suburbs, hay esperanza.
Cinco de los viejos gladiadores volvieron al estudio: en sintonía con sus últimos trabajos (de Modern Times para acá), Bob Dylan sacó Tempest, otro encuentro de buenas canciones. Delante de la misma banda, producido por él mismo, con la impronta de un Dylan infinito, una llama que jamás se apagará. Bruce Springsteen hizo del mundo un lugar mejor con Wrecking ball, un aullido de once tracks en los que El Jefe nos devuelve la esperanza al ritmo del blues urbano y testimonial, con la enorme “Jack of all trades” como una de las canciones de año. En la línea del sonido del delta del Mississippi el interminable Dr. John -otro que ya va por los setenta y tantos- nos entregó Locked down, imperdible colección de sonidos de los pantanos atestados de caimanes. También Bobby Womack salió fuerte con The bravest man in the universe. Potente, oportuno para el despliegue de una voz que regresa desde las profundidades del R&B con disco propio después de doce años de colaboraciones con media humanidad, sobre todo con el inquieto Damon Albarn. Y si lo que faltaba era swing de bajo decibelaje, Sir Paul McCartney se dio el gusto de grabar Kisses in the bottom, su disco en clave crooner sensible, con versiones de clásicos compuestos por Fred Ahlert, Billy Hill y Johnny Mercer, y otros tantos, apoyado en la banda de Diana Krall.
La inyección de punk revival corrió por cuenta de Come of age, el urgente y desprejuciado segundo rugido post-adolescente los londinense The Vaccines, a quienes les agradecemos la imagen mental de Joe Strummer cada vez que el cantante Justin Young canta “No hope”. Otros que hicieron gala de las viejas formas del rock, pero en clave experimental, son los australianos Tame Impala. Lonerism es el punto más alto de su corta carrera. La exploración más libre y brillante de la espiral sonora del grupo, un viaje de ida, envolvente. Este trabajo -junto a Coexist de los cada vez más geniales The XX y The only place de Best Coast-, son tres de los momentos más altos del año musical. El segundo disco de los XX es otra foto de un panorama desolador, ambiental, oscuro, inspirado en la música de clubes, según sus miembros. A diferencia de lo nuevo del dúo conformado por la dulce voz de Bethany Cosentino junto a Bobb Bruno. The only place es un homenaje a la buena onda. Una excursión soleada por las bronceadas costas del mejor surf pop californiano, casi hippie.
También, discos que merecen escucha son: primero que todos Swing Lo Magellan -del que todavía no sabemos qué mierda quiere decir- de los Dirty Projectors (con fecha en megafestival local organizado por empresa de telefonía móvil), disco explosivo desde el vamos, ecléctico de ratos, con un trabajo vocal monumentalmente bárbaro, que tiene a “Gun has no trigger” como una de sus mejores canciones; la plácida languidez de Bloom de Beach House, dúo que está como para soundtrack de película de Sofia Coppola; Four, otro paso firme en la discografía de los genios de Bloc Party, Spooky action at a distance, el segundo álbum de Lockett Pundt (cráneo detrás de Deerhunter) bajo el alias de Lotus Plaza; los canadienses Metric con Synthetica, su quinto disco en nueve años; Given to the wild de The Maccabees (quienes también visitaron nuestro país este año), extraño trabajo que me hace pensar en formar de mezclar halos del dream pop con TV on the radio y U2, que puede escucharse un rato después que Port of tomorrow de James Mercer y sus The Shins: álbum que suena redondo y que tiene a “The rifle’s spiral” como una de las intros del año. En menester, además, mencionar a Mondo, el nuevo trabajo de los Electric Guest, grupo que sonó en todas las pistas gracias el funk contagioso de “This head I hold” pero que su propuesta se amplía en el disco; Master of my make-believe el esperadísimo nuevo álbum de Santi White bajo su nuevo alias Santigold, ambicioso a nivel sonoro y lleno de potenciales hits; A joyful noise el segundo disco de la enorme -literalmente- Beth Ditto al frente de Gossip, con la noble tarea de hacerle la segunda a Music for men -su trabajo más popular hasta la fecha-; otro que, si bien es un disco de versiones en vivo, el MTV Unplugged de Florence + The Machine viene a dar cuenta del gran momento por el que está pasando el grupo. Dueña de una voz lacerante, Florence aprovecha el momento para hacerse acompañar con invitados de la talla de Josh Homme de Queens Of The Stone Age en “Jackson” de Johnny Cash, y una hacer una gran versión de “Try a little tenderness” del legendario Otis Redding. Por otro lado, el novato Frank Ocean, nuevo gallo de Pharrell Williams, quien se lleva la estrella de Revelación del Año con Channel Orange, con producción propia e invitados calibre grueso como John Mayer, André 3000 (Outkast) y Tyler The Creator.
Siguiendo un poco más, odiada y amada en iguales proporciones Lana del Rey vendió millones de copias de Born to die, su disco debut, con momentos altos, casi épicos, como “Blue jeans” o “Video games”, aunque acusada por la intelligentzia musical como bastarda de sus propias influencias y hasta aburrida en el peor de los casos. Más allá del bien y del mal aparecen (I) los Dinosaur Jr., que de a ratos dejan de cagarse a trompadas y se meten en el estudio para entregar joyas como I bet on sky, que viene a cerrar la falsa trilogía que arrancó con Beyond (2007) y siguió con Farm (2009); (II) los franceses de Air, poniéndole sonido a Le voyage dans la lune, el clásico definitivo de George Méliès, del que es obligatorio escuchar el track “Sonic armada” evitando romper cosas durante el baile; (III) la bella y talentosa Chan Marshall, mejor conocida como Cat Power, quien entregó un disco testimonial, post ruptura llamado Sun. En un instante de purificación autodidacta Chan se cortó el pelo, desarmó la banda que la acompañaba, tocó los instrumentos, jugó con cajas de sonido y produjo su propio trabajo. Una limpieza sentimental con forma de disco, que abandona por un rato el contoneo sensual de su hermosa voz para mostrar canciones que pretenden abrirse camino desde el lado oscuro del corazón. (IV) Hot chip y “In our heads”, su quinto disco en ocho años, otro momento alto en la sólida discografía del combo británico liderado por Alexis Taylor. Contagioso, hitero, sin perder la firme exploración musical que es sello de la banda. En el set en vivo los Hot Chip se pasean por todos los instrumentos con soltura, y eso vuelve a percibirse en un álbum que sabe poner los frenos en los momentos adecuados, tal es el caso de “Look at where we are”, canción que aparece para bajar un poco los casi quince minutos de fiesta interminable que conforman primeros tres tracks; y por último (V) Jack White, que sigue probando por qué algunos insistimos con que es lo mejor que le pasó al rock global en los últimos quince años. Esta vez, con Blunderbuss, su primer –al fin- disco solista. Con los White Stripes en stand by casi definitivo, y con el resto de los Raconteurs y The Dead Weather cada uno en lo suyo, Jacko aprovechó el momento para entregar otro disco excelente, noqueador. Son trece tracks que se pasean entre el blues lo-fi apoyado en viejos Moogs (“Missing pieces”), el rock duro con verdaderas paredes de sonido (“Sixteen saltines”), baladas con aires folkie (“Blunderbuss”) e incluso momentos en los que rapea (“Weep themselves to sleep”). Si hay algo que siempre caracterizó a la música de White -y que sigue evidenciándose en Blunderbuss– es el tempo ajustado de las canciones: nada sobra dentro de la deliberada austeridad casi artesanal del sonido. Tanto el timing como la producción son impecables. No es lo-fi finamente producido onda Pavement, es válvula pura. Ya lo vimos armando una “guitarra” con una cuerda, un micrófono, una tabla y una botella de vidrio en un documental. White apareció cuando se habían terminado las ideas. O te ponías retro tipo The Strokes, te entregabas a la exploración electrónica de alta gama de Radiohead, o te aferrabas al retorno del rock de viejas guitarras bluseras que proponía The White Stripes allá por 2001.
A la hora de mencionar algunas recopilaciones, reediciones y otras rarezas es necesario destacar la merecidísima edición de las Early takes de George Harrison, la reedición post remasterización del catálogo completo de The Smiths, la imperdible publicación de las The Smile Sessions de los Beach Boys, y la reedición 35º aniversario de Some girls de los Rolling Stones, fundamental para entender el coqueteo de los Stones con la música disco. Para los nostalgiosos de los noventa, apareció el EP que marca el regreso al estudio de Blur, aunque sean dos canciones que poco dicen de los momentos más inspirados de Albarn, Coxon y compañía.
Y como para que no parezca que todos son momentos felices, y volviendo a la cuestión del aburrimiento: confieso que quedé en off side con la opulencia brillantinezca del music hall de Rufus Wainwright y su Out of the game (quizá el título del disco nos quería decir algo); y Antony: te amamos y mucho, pero con tu disco performático en vivo Cut the world me aburrí bastante, no te entendí.
2012 se despide, entonces, con mucho por escuchar, volver a escuchar y sobre todo explorar. Vayamos a casa tranquilos, ha sido un buen año. Y para que esto no se vuelva interminable, va una lista de otros discos que también pueden resultar interesantes:
Calexico – Algiers
Elvis Perkins – Elvis Perkins in Dearland
Fiona Apple – The idler wheel
Torche – Harmonicraft
Sigur Rós – Valtari
Graham Coxon – A+E
Rocket Juice and the Moon – Rocket Juice and the Moon
Richard Hawley – Standing at the sky’s edge
Craig Finn – Clear heart full eyes
The Tallest Man on Earth – There’s no leaving now
Dead Can Dance – Anastasis